martes, 18 de agosto de 2015

V, de verano; V, de estropicio



Estepa travestida en jaula.
Del estío al hastío.
Una consonante para desnucarse.
Bacantes y vacantes: que la ortografía también es un ultraje; a veces un enjambre de mujeres que rompen cristales o patean contenedores. Leda y sus cisnes.

Solsticio. Ese lugar del que no se huye y en el que el aire se empoza, como el aceite en los calderos y el vapor en las freidoras de las cocinas.

El corazón, vuelta y vuelta, en el plato sin aclarar de la vajilla de un restaurant de menú.
Enviste, acuchilla, rebaña.
El desolladero del guasap en el protocolo de una cubertería sin filo.
La casquería del uno a uno. Los que comen juntos apenas hablan, no se miran.
Rebañar. Por 9,90, de lunes a viernes y 16,90 los sábados y domingos...
días de guardar y vomitar.

Desde el balcón de mi reino, veo pasar los silencios y los cementerios bien avenidos.
Las parejas y las familias, reunidos todos alrededor de una mesa cuadrada.
Hay querencia por las esquinas; casi todos las eligen para morir.
Gente que presiona la yema de los dedos contra las pantallas de los móviles: ludópatas del silencio, ruletistas sanguíneos o por elección.
Porque después de todo: quién quiere robarle el alma al otro cuando basta con arrancarle las bragas.

De madrugada, la gente negocia lo que (parece) importar de verdad: el sexo, las drogas y la quijada con la que alguien habrá de romper el costillar de otro amanecer (porque a casa siempre se vuelve a solas; esa lección se aprende con los años). 
El resto son cáscaras de naranjas estrelladas contra alguna acera, que se pudrirán al salir el sol.

Derretirse, emborracharse, desfigurarse.
Como un bollo de azúcar en el mostrador de los días calurosos.
Ese olor dulzón que concede el verano a los que se pudren bajo el sol...
entretanto... las fieras se comen a dentelladas en algún lugar olvidado del espíritu.

,dm.,fdm

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